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La idea de una jornada laboral más corta ha pasado de ser una utopía progresista a una política concreta en múltiples países. Lo que empezó como un experimento en lugares como Islandia o Reino Unido, hoy toma fuerza como una propuesta seria que puede mejorar la productividad, el bienestar y la eficiencia operativa.
Estudios recientes han demostrado que reducir la semana laboral a cuatro días no disminuye el rendimiento, sino que lo optimiza. Trabajadores más descansados cometen menos errores, son más creativos y tienen un mejor equilibrio entre vida personal y profesional. Esto, a su vez, disminuye el ausentismo y mejora la retención de talento.
Para las empresas, adoptar una jornada más corta no solo mejora la moral interna, sino que también se convierte en una ventaja competitiva. En un mercado donde el talento escasea, ofrecer flexibilidad real puede ser la diferencia entre atraer a los mejores o quedarse atrás.
Además, esta nueva lógica laboral responde a un cambio cultural más amplio: la idea de que el valor del trabajo no está en las horas invertidas, sino en los resultados obtenidos. Empresas innovadoras como Microsoft Japón, Unilever y Buffer ya han aplicado con éxito modelos de reducción de jornada.
Este giro en la organización del tiempo laboral abre la puerta a un nuevo contrato social donde productividad y calidad de vida van de la mano. El debate ya no es si funcionará, sino cómo implementarlo bien.
Fuente: López Dóriga