A lo largo de mi trayectoria profesional he tenido la oportunidad de acompañar a empresas de todos los tamaños: desde pequeños negocios familiares hasta corporativos en diferentes países. Esa diversidad me ha permitido observar de cerca algo que me parece interesante de compartir con ustedes:
¿Cómo nacen y se arraigan los valores dentro de una organización?
Porque aunque solemos verlos como palabras escritas en una pared, página web y en presentaciones de la empresa, en realidad los valores son mucho más que eso: son la manera en que la empresa respira, actúa y se relaciona con sus colaboradores, clientes, proveedores, organismos regulatorios y todo su entorno.
En las micro, pequeñas y medianas empresas esto se nota aún más. Muchas veces, los valores que se viven en la organización reflejan de manera directa los valores del dueño o fundador. La forma en que fue educado, la cultura que lo rodeó, su historia personal y profesional terminan influyendo en la manera en que se toman decisiones y se construyen relaciones dentro de la empresa. He visto negocios en los que la honestidad es un principio inquebrantable porque el dueño siempre la practicó en su vida personal. Otros, donde la innovación es parte del día a día porque el líder nunca dejó de ser curioso y, por supuesto, todo lo contrario, pero el mismo factor.
Pero los valores no pertenecen únicamente a una persona. A medida que la empresa crece, los colaboradores van aportando sus propias creencias y formas de ver el mundo. Poco a poco se va tejiendo una cultura compartida, en la que conviven los valores del fundador con los de los empleados y el entorno. Ese cruce es lo que hace única a cada organización. Por eso no hay dos empresas iguales: porque detrás de cada logotipo hay una historia humana que moldea su cultura y valores.
Hoy los clientes también son parte de esta ecuación. Cada vez más, los consumidores miran más allá del producto o del precio. Se preguntan qué representa la empresa, si cuida de su gente, si respeta al medio ambiente, si actúa con coherencia, si hay negligencias. Y esa percepción puede impulsar el crecimiento o detenerlo. Cuando los valores se viven de manera auténtica, la empresa gana confianza, atrae talento y fortalece su reputación. Pero cuando los valores son solo un discurso que no coincide con las prácticas reales, se pierde credibilidad, oportunidades y la organización se debilita y difícilmente crece.
Por eso estoy segura de que los valores no nacen de un manual, nacen de las personas. Se consolidan con el ejemplo diario, se transmiten con coherencia y se arraigan cuando hay congruencia entre lo que se dice y lo que se hace. Y lo más importante: cada empresa debe descubrir sus propios valores, no copiarlos de un listado genérico. Los valores de una organización son únicos, irrepetibles y propios, porque reflejan la esencia de quienes la conforman.
¿Cómo vivir los valores dentro de la empresa?
Para que los valores no se queden en frases bonitas sino que se conviertan en cultura, es necesario vivirlos. Comparto algunas recomendaciones prácticas que he visto marcar la diferencia:
- Empieza desde la cima. Los líderes deben ser los primeros en encarnar los valores. No hay cultura posible sin ejemplo.
- Hazlos parte de lo cotidiano. Los valores no solo se mencionan en discursos: deben estar presentes en las decisiones, en la forma de resolver conflictos, en el trato diario.
- Escucha y suma. Permite que los colaboradores aporten y enriquezcan los valores con su propia visión. Eso genera pertenencia y compromiso.
- Conecta con el cliente. Comunica los valores con hechos, no solo con palabras. La coherencia entre lo que la empresa dice y lo que hace es lo que construye confianza.
- Revisa y renueva. Los valores no son estáticos. Deben evolucionar con la organización, sin perder su esencia, para seguir siendo relevantes.
Al final del día, los valores empresariales son mucho más que una declaración: son la brújula que guía, la raíz que sostiene y la energía que inspira. Descubrirlos, vivirlos y transmitirlos con autenticidad no solo fortalece la cultura interna, también genera vínculos más sólidos con quienes más importan: las personas.
Los valores de una empresa no solo son un tema cultural, también son estratégicos. Cada decisión —desde cómo tratar a un proveedor hasta cómo responder a una crisis— está influenciada por los principios que guían a la organización. Una empresa que valora la transparencia será más cuidadosa al comunicar una falla; una que prioriza la innovación buscará oportunidades en los desafíos. Cuando los valores están claros, se convierten en un filtro que facilita la toma de decisiones y evita contradicciones.
La falta de coherencia, como lo he mencionado en varias ocasiones en este artículo, es fácilmente percibida tanto por el equipo interno como por los clientes. La congruencia entre lo que se dice y lo que se hace debe cuidarse con tanta seriedad como las finanzas o la estrategia de mercado.
Más allá de generar rentabilidad, los empresarios construyen un legado. Ese legado no solo se mide en resultados económicos, sino en cómo sus empresas contribuyen a la sociedad. Una organización que cultiva valores sólidos trasciende a sus fundadores, porque sus colaboradores y clientes los hacen propios; incluso llega a la familia de los colaboradores y la comunidad. Así, los valores se convierten en el verdadero patrimonio intangible de la empresa: aquello que perdura incluso cuando cambian los productos, los mercados o las generaciones al frente del negocio.
Valores clave en una empresa
- Honestidad y transparencia, para construir confianza.
- Responsabilidad, hacia colaboradores, clientes y sociedad.
- Respeto, como base de la convivencia.
- Innovación, para adaptarse a los cambios.
- Compromiso con la calidad, para garantizar confianza.
- Sustentabilidad, para asegurar un futuro posible para todos.
“Los valores son la brújula que guía a la organización ante cualquier situación.”